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Sobre el Director
Gustavo Fontán nació en Banfield, en 1960. Obtuvo el título de Licenciado en Letras en la Universidad de Buenos Aires y se graduó también en Realización Cinematográfica en CERC (hoy ENERC). Ha escrito obras de teatro y cuentos. Su último trabajo como guionista y director, La costa errante, fue rodado en España y será estrenado durante 2006. Otras películas (selección): Ritos de paso (1997); Donde cae el sol (1999); Marechal o la batalla de los ángeles (2001)
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Sinopsis
Frente a la casa de Mary (sesenta y siete años) y Julio (dos años más que Mary) hay dos acacias, muy viejas. Sus ramas están enlazadas y parecen formar una sola copa. Una de ellas parece estar seca. Cuando llega la primavera y reverdecen, no es posible distinguir si las hojas crecidas son de uno o de los dos árboles. Mary y Julio discuten: ella cree que la acacia está seca y que hay que tirarla abajo; teme que se pueda caer sobre alguien. Él duda: cree que no está muerta todavía y la riega, como en un acto de fe. Julio plantó esa acacia cuando nació uno de sus hijos y no le es fácil admitir lo que Mary dice. Enlazada con este conflicto se teje la vida de dos personajes en una casa de más de cien años. La visita de algún vecino, una fiesta, los recuerdos y los fantasmas, la lluvia y los sueños, las acciones reiteradas día a día, las estaciones, las variaciones de las luces y de las sombras construyen la trama, para que todo, silenciosa e irreversiblemente, nos hable del paso del tiempo.
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Lo Destacable
La vida, la muerte y la esperanza se mezclan en El árbol, una ficción que juega muy bien con las bases del documental. En los árboles deja su marca el paso de los días y las estaciones: el verdor de las hojas en la primavera, el resplandor luminoso de sus copas después de una lluvia en el verano, la caída de las hojas en el otoño, la negritud de las ramas espectrales a veces- en el invierno. La película es más poética que narrativa. Aunque el conflicto -la discusión sobre si el árbol está seco o no- estructura el relato, la mirada de Fontán (y la nuestra) se detiene y penetra en las cosas más simples: la sombra de una planta, las señales del nacimiento del viento o de la lluvia, el silencio de Julio, los sueños de Mary, las acciones cotidianas como hacer la cama o la comida, colgar las sábanas lavadas o barrer el patio. Hay algo eterno en el pequeño suceso, en la modificación íntima, en las alteraciones de lo que vive y es rozado por la muerte.
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